Historia

En el año 2009 realicé talleres de cartografía social en comunidades por el río Putumayo y Cothué: Tikuna, Puerto Nuevo, Puerto Huila Santa Lucía, Nueva Unión y  Ventura. Lo que me parecía importante lo consignaba en mi informe mensual. Empecé a llenarme de párrafos que decían cosas como estas: 

 “Uno de los puntos más críticos son las condiciones de monopolio en que los pobladores realizan transacciones comerciales en el pueblo, cuenta uno que una vez llevó unos mangos a Tarapacá, no encontró un comprador y tuvo que ir donde Don Flórez quien se los remató por 200 pesos cada uno y luego los vendió por 500 pesos. Dicen que Don Flórez paga lo que quiere mientras ellos ponen el trabajo, sienten unas condiciones de injusticia sobre ese tipo de relaciones comerciales, sobre todo porque asumen impotencia a la hora de encontrar estrategias que abran el camino hacia una comercialización más justa de sus productos”[1].

 “La percepción de ellos es que trabajan demasiado y cuando venden un producto como plátano, yuca, fariña u otro, la ganancia es muy baja, si es que la hay. Cuando llegan a Tarapacá buscan por lo general un comprador directo, de casa en casa y entre conocidos, si no se tiene éxito, entonces acuden a Don Flórez, quien les remata el producto a un precio muy bajo”[2].

En Tarapacá no existe lo que en Colombia se conoce como una “plaza de mercado”. Al principio me preguntaba si es que los volúmenes de producción no eran suficientes, o porque el transporte es a pie, o a remo, o en bote a motor con unos costos excesivos de gasolina; o si más bien, hay razones culturales. 

Poco a poco, y con el tiempo, me di cuenta que este comercio si existe y su centro de acopio es la misma casa de la familia, y no es mediado por dinero necesariamente, sino por intercambio de trabajo, o productos, entre parientes, familiares, amigos y amigas: Mingas.

Durante la implementación del plan de manejo para el camu camu, nos surgieron reflexiones sobre apropiación cultural, y valoración. El mercado que se buscaba estaba en Bogotá, y esperabamos que un comercializador de frutas exóticas a restaurantes posicionara el producto ante un mercado exclusivo. 

Como sociólogo del proyecto, cuestioné que se buscara posicionar en el paladar de los bogotanos el sabor de una fruta exótica amazónica sin siquiera pensar primero en hacerlo en la población local. 

Con esta inquietud, propusimos hacer dos talleres en las comunidades de Puerto Nuevo y Puerto Huila sobre transformación de camu camu en pulpa y mermelada. El objetivo era que las comunidades enriquecieran las opciones de uso del camu camu, no con el fin de venderlo necesariamente, sino de comérselo en diferentes formas, y valorarlo por lo nutritivo y el sabor.

En otras palabras, si se hablaba de una cadena de valor, pues entonces “el valor comienza por casa”. En economía, administración y sociología se estudia el valor, hay muchas teorías acerca de eso, pero para mí, en ese momento, agregar valor era apreciar algo como propio, importante y necesario. 

Esta experiencia quedó consignada en uno de los informes de la siguiente manera:

Es muy diferente pensar en una comunidad que recoge camu camu para venderlo pero que no sabe cómo usarlo, a una que si sabe cómo usarlo, la comunidad que conoce y se alimenta de sus propios recursos, es seguramente una comunidad mas empoderada en el conocimiento de su biodiversidad, lo valoran porque lo conocen y lo comen”.

“La experiencia demostró que para integrar a la comunidad a esta clase de procesos, necesariamente debemos aprender a hacer con sus mismos recursos, eso aumenta el grado de compromiso, solidaridad y los niveles de creatividad para resolver los muchos obstáculos que se presenten en el camino. Por decirlo de otra manera, se trata de culturizar la práctica, de introducirla en la cotidianidad”[1].

Nuestra experiencia con el camu camu sirvió para inspirar lo que con Luis Eduardo Acosta interpretamos como una “Feria Cultural de Producto de la Chagra y el Bosque”. La alimentación y el acceso a productos es una cuestión que va atada al cambio cultural de las comunidades indígenas, y a pesar de un acervo cultural milenario, ninguna cultura es estática y necesita revaluarse a la luz de los nuevos contextos. 

La idea de organizar una Feria Cultural de alimentos, o productos, de la chagra y el bosque, puede permitir a las nuevas generaciones de Tarapacá valorar su agrobiodiversidad y sus tradiciones alimentarias como algo que vale la pena promover al interior de sus comunidades.

Para el Instituto Sinchi la feria representa un compromiso con las organizaciones locales. Si bien el Sinchi toma la iniciativa para su organización anual, se espera que las asociaciones poco a poco sean protagonistas no solo a la hora de intercambiar, vender, bailar y gozar durante esos días, sino también de organizar, echarse al hombro la logística del evento y la responsabilidad de convocar.

En el 2012 se alinearon los astros para echarla a andar la primera feria, en el marco del proyecto “Incorporación del Conocimiento Tradicional Asociado a la Agrobiodiversidad en Ecosistemas de Colombia. PNUD. GEF. MADS. Sinchi”.

Para el 2013, organizamos la segunda versión, donde al igual que el año pasado se organizaron puestos de venta de comidas, productos y artesanías. Hicimos un registro minucioso de los productos que se llevaron, y el valor por el cual fueron vendidos, esto, con el fin de ir despejando algunas dudas acerca del beneficio que obtienen las familias y asociaciones que participan. El valor total que se vendió fue de 3,654,139 COP, lo que equivale a unos 1,897 USD. 

Distribuidos de la siguiente forma.

Agricolas
Productos de las chagras, paseras, o viveros, sin transformar.
$716728

Recursos no   maderables.
Artesanías, frutos silvestres, utensilios.
$1289500


Alimentos preparados
Comidas, mermeladas, carnes, etc.
$1625911


Pecuarios
Animales de cría, derivados de animales.
$22000



Más allá de si esa cantidad es mucha o poca, para tratarse de un experimento piloto es un valor representativo, y una señal de que si puede existir una circulación de dinero y productos entre las mismas personas del pueblo, accediendo a mayor variedad y oferta de productos. También es un incentivo para muchos chagreros, cocineras y artesanos encontrar retribución por sus esfuerzos. Como dato importante, notamos que el intercambio fue casi nulo, y se considera que este punto hay que pensarlo ya que prácticamente se tomó la feria como una comercialización casi total de productos.

De la Feria al mercado...

En el 2013, vislumbramos un lote para la ubicación de un mercado local, o mercado indígena. El lote esta por fuera de la zona inundable y está a cargo de la Gobernación del Amazonas, hace muchos años en ese lote funcionó el IDEMA, una cooperativa de alimentos que desapareció a mediados de los años 90. 





Terreno solicitado en comodato a la Gobernación del Amazonas para la instalación de un mercado permanente de productos de la agrobiodiversidad.


¿Qué que queda por delante? Este trabajo tiene tres frentes: 

1. Administrativo, en el cual deben participar las organizaciones locales con el Sinchi para oficializar el espacio donde vendría a funcionar el mercado local. 

2. Acción participativa, entre las organizaciones locales y el Instituto Sinchi para la consolidación de procesos como la Feria de las Chagras y de la Selva, posicionándolo como un evento que simbolice los valores que se persiguen en torno al derecho de acceso a una alimentación nutritiva, diversificada. 

3. Investigativo, de búsqueda y análisis de información que nos permita visualizar las mejores estrategias para consolidar un mercado local de productos de la agrobiodiversidad en Tarapacá. 

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